¿Recuerdan a Federica, la niña de mi historia que brincaba de un lado a otro en esa tarde de tirarme en el césped? si aún no la conoces de seguro deberás leer su historia pues desde aquel día mi vida no ha sido igual. Sus visitas suelen traerme un aire de risas y emoción.
Pero en esta ocasión su historia será algo diferente, pues esas acostumbradas carcajadas y ojos llenos de ilusión y sueños, pasaron a estar llenos de lágrimas.
Federica suele ser quién me encuentra. Hace piruetas para que yo la vea cuando estoy trabajando frente a mi ventana, se pasa por el jardín cuando decido tomar el sol o corre por las montañas cuando estoy desde el balcón de la finca, hasta en una ocasión tuve que bajar corriendo pues quedo en medio de un alambre de púa; sin embargo, en esta ocasión fui yo quien la encontró.
En mi acostumbrada rutina de bajar por agua para tomar mi pastilla para la tiroides, escuché algo que rompía el silencio, un llanto desconsolado y en mi búsqueda por saber de dónde venía la descubrí. Estaba allí en un rincón que solía ser mi refugio, ese lugar en el que me escondía de todo el mundo.
Me partió el corazón verla llorar, ¿Qué niño(a) no nos parte el corazón cuando lo escuchamos llorar?, así que la tome en mis brazos y la abrace fuerte, sin preguntarle nada. Sin embargo, sollozaba sin parar, así que empecé hacer esas “musarañas” que ella solía hacer para cambiarme el ánimo. Y, ¡Lo logré!, poco a poco se fue dibujando esa sonrisa que tanto amaba me regalara.
¿Qué le paso? Su madre la había regañado fuertemente al no organizar su habitación y juguetes, como esperaban que lo hiciera, y al querer explicarle a mamá porqué su habitación ya estaba en orden, ella no la escucho y por el contrario solo le grito que era una niña mala y una rebelde que no hacia lo que se le pedía; Muchos dirán que se lo merecía, que quien la manda a no hacerle caso a su mamá, pero yo si entendía su tristeza y esa carga de no sentirte adecuado, por ese breve espacio de tiempo, y merecedor de su amor, ternura y comprensión.
Cuando eres niño(a) sueles vivir con un sentimiento de impotencia, del cual no eres consiente en ese momento y eso te parece normal y natural. Vives con un constante sentimiento de carga pues todos esperan mucho de ti y que seas como los adultos quieren. Y, como adultos solemos olvidar que desde que nacemos somos y que eso que somos solo espera mostrarse al mundo para que nos amén por ello y no por lo que esperan de nosotros. Lo que, a la larga, nos suele traer algunos tropezones cuando crecemos, puesto que ese amor por lo que esperan de nosotros, se traduce en esa constante de idealizar a quienes nos encontramos en nuestras vidas y amarlos por lo que esperamos de ellos, o en su defecto, seguir sacrificando lo que somos para ajustarnos a lo que otros quieren.
No obstante, no eran palabras que en ese momento pudiera decirle a Federica. Ella solo quería entender porqué mamá no la amaba en ese momento, porqué estaba enojada, sabiendo que ella había hecho su mayor esfuerzo. Aquellos que leyeron mi anterior historia sabrán que Federica era yo. Esa niña interior a la que le pedí que la ayudará a sanar aquello que en su momento no comprendía, y que la adulta de hoy entiende.
Mi mamá hizo lo mejor que podía y le habían enseñado; me quería y era mi momento de liberarme de aquello de lo que hoy era consciente y llegar a mi interior para ser. Era mi momento de decirle que era bella, que amaba cada una de sus facetas y que a medida que dejaba salir lo que su corazón y ser atesoraba, sin miedo a no encajar, seguiría encontrando seres que igualmente la amarán.
La belleza de cada uno está en encontrar ese ser que está en nuestro interior.