Hay historias oscuras, escondidas, en el silencio de algunas niñas que se convierten en un capitulo que tu mente bloquea, y una de esas niñas es Federica.

Como les he contado, Federica suele venir a visitarme y aun cuando tenga un día plagado de trabajo, se sienta hacer lo que más ama: dibujar… en otras ocasiones, su energía se nota en toda la habitación pues no para de bailar y cantar. Pero hoy estaba en la silla junto a mí con sus puños apretados, su cabeza inclinada hacia abajo y sus ojos perdidos en el pensamiento. ¡Eso no era normal!

Ella que no para de hablarme de sus historias, que tararea mientras dibuja, que baila y canta a su antojo, estaba totalmente en silencio. Por un momento pensé que su madre la había regañado, pero cuando eso sucede sus ojos se llenan de lágrimas y enojo, y un abrazo o cosquillas logran reconfortarla. Esta vez era diferente, estaba distante y no sabía cómo llegar a ella.

En medio de mi impotencia de no saber qué hacer por ella, un capitulo que mi cerebro había apagado se abrió camino por mi mente, como si una neurona que estaba dormida se conectará de nuevo para traerme con todo su poder un recuerdo distante. Por mi cara empecé a sentir como se deslizaban lagrimas que no podía contener. Sin embargo, no era momento de permitirme que Federica me viera llorar, debía ser yo quien demostrara fortaleza y le enseñará a sobrellevar eso que le había sucedido.

Federica había sido víctima de abuso sexual como yo. Alguien que solía cuidarla, cuando tenía un espacio a solas tocaba sus partes íntimas y forzaba a que tocará las suyas, y Federica sin saber que pasaba, sin entender lo que sucedía permitía que la manejara y se quedaba inmóvil. Y ¿Cómo decirle alguien? ¿Cómo contarle a su mamá o alguien más algo que no entendía? Nadie le había enseñado hablar de ello.

Federica sabía que algo no estaba bien, su ser lo sentía. Mientras yo estaba viendo como una niña que bailaba, cantaba, tarareaba cuando dibujaba y no paraba de hablar de sus historias, se convertían en una niña introvertida, tímida, extremadamente callada y con temor de hablar. ¡Solo sentía desconsuelo!

Mis lágrimas no las pude contener más y fue en ese momento en que los ojos de Federica dejaron de estar perdidos en el pensamiento para levantar su cabeza y fijar su mirada en mí. Acerco su mano para acariciar mi mejilla, secar mis lágrimas y después me dio el abrazo más fuerte y largo que he experimentado.

Hoy Federica no estaba allí para que yo le diera consuelo, estaba para dármelo a mí. Para enseñarme a ver a la cara a ese monstruo que se escondía en la oscuridad, a quitarle poder llenando de luz ese capítulo, a verlo pequeño para seguir el camino.

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