Después de un año regrese a esta ciudad a la que tenía miedo de volver por todos aquellos recuerdos que ella guardaba. Las calles de Bogotá fueron testigo de algunos recorridos junto a quién llegué a ver como mi compañero de viaje y no quería sentir que las lágrimas se acumularán en mis ojos. Sin embargo, solemos huir tanto de lo que nos duele que olvidamos que correr en sentido contrario en vez de enfrentarlo, termina alejándonos de nosotros…Y sucedió.
Mientras caminaba por esas calles llenas de color, de arte, de historia. Donde cada graffiti refleja el sentir del alma de un artista, donde cada casa vieja aflora en su crujir y olor cada suceso que allí se vivió; recordaba cada instante en los que he amado la vida y sin poder controlarlo, todas esas lágrimas que estaban acumuladas en mi interior no se hicieron esperar.
Mi corazón gritaba pero en medio de trabajo, yendo de viaje de un lugar a otro, de mantener la mente lo más ocupada y distraída posible, lo había dejado de escuchar, y solo en el lenguaje de las lagrimas que empezaron a deslizarse por mis mejillas, se pudo hacer sentir.
Por lo tanto, camine rumbo a ese lugar que no puedo dejar de visitar. Donde cada sala esta llena de arte, de obras de Joan Miró, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Alberto Giacometti, Paul Delvaux, Pierre Bonnard, que le darían confort y llenaría de belleza a ese corazón que hoy necesitaba hablarme.
No quería presionarlo, así que baje la velocidad de mis pasos y cuando estuvimos frente a la escultura el Busto retrospectivo de mujer de Salvador Dalí, empezó hablar. Me dolió y no vale la pena seguir llevando a cuestas algo que solo me hace un bloque de piedra insensible, dijo con mucho ímpetu. No vale la pena seguir pretendiendo que sólo fue un raspón cuando se quebraron un par de huesos y como niña pequeña solo simule que no dolía para sonreírle a ese dulce que me daba la vida a través de oportunidades de realización profesional y sanar relaciones familiares. Porqué dejémonos de estupideces, aunque agradezcas por la belleza de tu alrededor, eso no sustituye ni reemplaza lo que causa vacío.
En ese momento sollozo y sentí que se desvanecía, así que preferí hacer una pausa en nuestro recorrido para sentarnos en la fuente del patio central del museo.
Allí recupero las fuerzas y continuo diciendo: me dolió y no has querido verlo, o cuando lo ves que se asoma lo disfrazabas, llevándonos cada día más a un estado de inconsciencia.
– ¿Sabes por qué sientes tanta ansiedad por estos días? ¿Por qué dejaste de sentirte?, dijo. Lo miré y permanecí en silencio.
– Todo tu alrededor quería que me escucharás, que te escucharás. Sabía que la única manera de llamar tu atención era sacudiendo todo tu alrededor y a través de esos espejos que encuentras en las personas ver esa realidad de la que nos escondías.
Baje mi mirada y le pedí que siguiéramos caminando. Ya la tarde iba finalizando y aún nos faltaba por recorrer toda la sala dedicada a artistas europeos de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX y la colección internacional continua en el segundo piso con un espacio dedicado a las vanguardias americanas de mediados del siglo XX.
Durante el resto del recorrido no pude decir nada. Mi mente le daba vuelta a sus palabras y lo difícil que sería darle la razón. Sin embargo no fue hasta la salida del Museo que pude dejar salir mi voz.
– Ya lo que paso, paso, le dije. Queriendo mostrarme fuerte.
Mi corazón suspiro, sus aurículas y sus ventrículos se dilataron para dejar entrar la sangre.
– «Conmigo no tienes que mostrarte dura», contestó.
Era la primera vez que mi corazón se mostraba desafiante y ya no podía controlarlo.
Había un solo lugar donde quería terminar esa tarde y era desde el Centro Cultural Gabriel García Márquez. Ese ícono inmerso en el centro de Bogotá que por su juego de recintos y la desintegración de las fachadas como espacios intersticiales, que permiten la contemplación de elementos naturales como el cielo y los cerros. Nos lleve hasta allí y sentía que mis pasos eran mucho más ligeros.
Trayecto no muy largo y durante el cuál no permaneció en silencio ese corazón. – ¡Aceptalo!, grito. Te dolió no escucharte por más de dos años. El querer ajustarte a estar con alguien por tanto tiempo, a sabiendas que a esa persona la costumbre y necesidad lo mantenían a tu lado y para ti solo era un narcotizante para huir de la realidad; te dolió forzar situaciones por solo cumplir un estándar de aquello que es aceptable.
Y sobretodo, te dolió golpearte con la realidad cuando la vida dijo: «no más. Si tu no quisiste acabar esto a tiempo, yo si te lo voy a quitar».
Mi mente solo le daba vueltas a esa idea de que ya no era importante pensar si había dolido o no. Pero esa testaruda mente estaba equivocada pues el no aceptar que dolió y no dejar fluir ese dolor, me estaba haciendo llevar a cuestas un pasado que ya era hora dejar.
Así que.. Hoy, mientras caminaba por las calles de esta ciudad, en medio de los colores y formas de ese arte callejero que tanto llena de mi alma, de esas historias que despiertan mi curiosidad, de esas obras que hacen brotar la sensibilidad de este intento de artista. Encontré aquello que dolió y me obligue verlo a sus ojos para dejar el pasado atrás y no seguir perdiendo esos momentos dulces que me recuerdan respirar y llenarme de amor.