Desde un año tome la decisión de iniciar una rutina ejercicios pero mi poca disciplina para generar hábitos me llevo a inscribirme a un gimnasio. No era fan de los gimnasios pero poco a poco le fui tomando algo de cariño y construyendo una rutina que me ha regresado seguridad, fuerza y que todo se puede paso a paso.
Y dirán el gimnasio¿Qué tiene que ver con el amor platónico? De un momento a otro alguien empezó a llamar mi atención y a veces no podía dejar de buscar que mi mirada se cruzará con su presencia. En ocasiones, el solo verlo pasar me generaba una alegría interna y el corazón brincaba, lo cual al inicio me pareció patético pues parecía una colegiala, pero a la @#2$)(, eso es un sentimiento bonito que hace livianos los días y a la final nos hace bien cuando lo interiorizamos de una manera positiva. Y para una persona como yo, que lleva tanto tiempo sin relaciones de parejas y generar conexión, es un recordatorio de que soy un ser sintiente.
Mis amigos, mi espacio seguro, mi totem, me invitaban a qué le hablara. Sin embargo, soy de quienes piensa que uno va al gimnasio hacer ejercicio y no a ligar, así que solo me llene de ese bonito sentimiento que me generaba, hacía mío ese sentimiento, dejaba que llenará mi ser de esos momentos de felicidad y agradecia ese «me haces bien».
Conforme pasaba el tiempo, al personaje lo sentía más familiar, como si lo conociera o lo hubiera visto en otro lugar, pero no le daba transcendencia. Y seguía con mi rutina de observar de lejos o cerca cuando coincidíamos con la cercanía de alguna máquina del gimnasio.
Ahora bien, después de una crisis mini existencial en el que me preguntaba porqué no siento que nadie se interese verdaderamente en mí, en querer conocerme, querer saber de mí y algo más que solamente sexo. Me levanté con la decisión de que sí me lo encontraba en el gimnasio, le hablaría y realizaría la pregunta que siempre quise hacerle.
Cómo era un sábado en los que mi hermano está en casa y vamos todos juntos, me levanté más temprano a modo de que estaban durmiendo y salí, con la desilusión de que al llegar al gimnasio él no estaba y pensé que no iría. Justo el día que tenía toda la decisión de hablar ¿No iba a llegar?.
Las cosas fluyen cómo deben fluir y los momentos son perfectos, se dan en el tiempo en que deben darse. Pues un par de ejercicios más tarde, allí estaba yo, con una repetición al lado de la máquina que él empezaría usar. Después de dos series y un calambre que me hizo parar de la máquina, me acerqué y le dije:
– Disculpa ¿Puedo hacerte una pregunta?. A lo que él asintió.
– ¿Tu nombre es Alejandro?…
…Recuerdan ¿Cuál fue ese primer amor platónico de colegio?
En mi caso, lo estaba teniendo nuevamente de frente.
Ese chico que tanto me gustaba y al cual le chorreaba baba en el colegio, era el mismo que por varios meses me había regalado el recordatorio de que aún sentía.
Cuando el afirmó que efectivamente ese era su nombre, mi mente se puso en blanco. No había planeado que diría si él me daba esa respuesta. Y fue su pregunta de – ¿Por qué?, La que me permitió salir del bloqueo. – Porque creo que estudiábamos juntos en el colegio.
Era algo irreal, mi mente estaba entre: ¡wow! que es esto tan loco y en lograr articular frases que me permitieran contestarle.
Llevando mi memoria a esas epocas del colegio, reviví ese momento al finalizar el año escolar y a sabiendas que al siguiente ya no estaría allí, le escribí una carta donde le contaba todo lo que sentía por él aunque no recuerdo específicamente que dije.
Esa era Astrid antes de cerrarse y solo enfocarse en la razón. Una niña que no le gustaba quedarse con el sentimiento. Que aún cuando no fuera correspondida manifestaba lo que sentía, así fuera a través de una carta, porque no vale la pena quedarse con sentimientos.
Los sentimientos hay que dejarlos que fluyan, sin esperar nada más que liberar eso que estás dispuesto a dar. Cuando se suelta ese querer tener el control, generar apegos o pretender que todo sentimiento debe ser conrrespondido, la vida se vuelve más ligera y se llena de un lindo sentimiento con el único fin de «me hace bien».